El campo
El campo
Aunque todavía estamos en los albores de entender su funcionamiento y conocer todas sus posibilidades, la existencia del campo de información es una de las premisas más fáciles de aceptar cuando hemos participado en una de mis EXPERIENCIAS, pero también en cualquier evento que se pueda sentir como en una CONSTELACIÓN, una meditación conjunta, una sesión de chamanismo…
En la historia de la relación humana con lo invisible, encontramos referencias continuas a él, pero aún hoy tenemos más preguntas que respuestas. Por ejemplo, desde la tradición judeocristiana, se entiende que el alma funciona como un campo intangible que aporta, a nivel individual, información anterior al nacimiento y que, todo lo que vamos aprendiendo durante nuestra vida se va sumando a dicha información, incluso viajando más allá de la muerte.
En el caso del budismo, la creencia es que el alma vuelve repetidas veces a este plano de la existencia para seguir aprendiendo, hasta que cristaliza en lo que se conoce como “iluminación”. Otro caso es el chamanismo africano, donde existe la creencia de que las personas son tomadas por entidades energéticas que aquí denominamos espíritus.
En el trabajo sistémico fenomenológico estamos dando un paso hacia adelante:
¿Cómo es posible que un papel con un concepto escrito, puesto boca abajo, genere un espacio en el que, al tomar contacto con una persona, origine en esta una reacción?
Las palabras también generan un campo con el que interactuamos. Dentro de él, nuestras respuestas corporales nos ayudan a decodificar la información recibida.
En general, podemos definir un campo como “una zona de influencia no material”, un espacio donde existe una actividad entre los objetos o personas que se distribuyen dentro en él, influyéndose unos a otros, pese a su distancia física. El ejemplo más claro de ello lo encontramos en el campo invisible que se genera entre dos imanes y que consigue atraer o repeler a los objetos que interfieren en él.
Otros ejemplos son el campo gravitacional que actúa en nuestro cuerpo cuando tiramos un objeto hacia arriba o la resistencia que encuentra un avión que quiere despegar, aunque en ninguno de esos casos vemos con nuestros ojos la fuerza de la gravedad u otras que pueden estar interviniendo. De nuevo, cuando escuchamos la radio o hablamos por teléfono, hay ondas que están actuando y que no vemos. Se encargan de llevar la información de un lado a otro. No vemos el campo, pero lo cierto es que la información llega a través de él.
Pese a que nos relacionamos continuamente con ellos, sabemos muy poco sobre los campos de información. Son relativamente recientes los estudios que explican que el campo electromagnético del corazón es el más potente de todos los órganos del cuerpo, unas cien veces más fuerte que el del cerebro. Y no solo eso. Ambos campos, el del cerebro y el del corazón están sintonizados y se afectan el uno al otro. Junto con la teoría de la empatía de las neuronas espejo, esta sintonía podría explicar por qué sentimos la presencia e incluso el estado emocional de otra persona, independientemente de la nula conexión verbal o la distancia física que se establezca entre nosotras. De alguna manera, sabemos que el campo del que estamos hablando favorecería la comunicación entre los corazones.
La comprensión científica de lo que ocurre aún se halla lejos de un consenso. Existen hipótesis, como la del campo mórfico de Rupert Sheldrake, que viaja de la física a la biología para describir un sistema organizador de estructura y actividad en el que los genes serían como los ladrillos que construyen la forma y el campo morfogenético sería el diseñador.
Según Sheldrake, el campo morfogenético alberga información tanto de la forma, como del conocimiento y del comportamiento, y se puede conectar con otros campos mórficos de gran influencia como el social, el familiar o el organizacional.
Por ejemplo, si hablamos de una especie determinada, el campo mórfico funcionaría como una memoria colectiva y bidireccional entre el propio individuo y su especie. Cada nueva conducta se incorporaría al campo grupal, nutriendo los patrones de cada individuo y tejiendo una memoria en continua actualización y de forma natural. Desde esta mirada, todos los hombres o todos los perros, están siendo afectados continuamente por los actos de todos los hombres y todos los perros que han existido. A esta memoria que interconecta a los individuos de una misma familia o especie, o incluso grupo social u organización, Sheldrake la llama resonancia mórfica. La trataremos con más detalle en el apartado siguiente.
Trabajando con un cliente individual, el campo de información se manifiesta en su personalidad. En una intervención grupal, la información se multiplica por el número de las relaciones que se establecen entre los miembros del equipo, siendo el conocimiento que se maneja más grande que la mera suma de los saberes individuales de cada miembro. Así, cuando un grupo está compuesto de personas sabias que trabajan juntas, los resultados son muy superiores a los que se obtendrían si lo hicieran por separado.
Pero nadie nos enseña a colaborar. Bien al contrario, vivimos en una sociedad donde, por lo general, se nos invita a ser mejores escalando una pirámide imaginaria de privilegios. En las últimas décadas, por fortuna, los facilitadores trabajamos desde otro lugar, una zona de confianza, un campo sembrado de posibilidades donde sabemos seguro que se hallan las respuestas. Quiero decir que nadie tiene que inventar nada, porque las soluciones están ya ahí, al alcance de todos y todas. Sin embargo, los grupos y las personas se suelen olvidar con frecuencia de que existen maneras mucho más ligeras de dar con ellas. Es desde ese espacio básico de confianza absoluta en el cliente, en sus posibilidades y en sus recursos, desde donde se puede disfrutar en el camino.